Relación de elementos:
H13. Panera situada en la Avenida de Oviedo, 344, (Casa Lolo Claudio) en la casería donde está colocado el mascarón de proa del navío Santa Ana. Muy buen estado de conservación.
H14. Hórreo situado en la Avenida de Oviedo, 168, cerca de una estación de lavado y de las instalaciones de la subestación eléctrica. Tiene corredor y un estado de conservación excelente.
H15. Hórreo en el Camín de las Casas, 95, en la Carretera del Obispo. Con corredor y buen estado de conservación.
H16. Panera en la Travesía de la Nozaleda, 78. Tiene ocho pegollos y buen estado de conservación. Carece de corredor.
H17. Panera en el Camín de la Torre, 88, en el barrio de la Nozaleda. Presenta la particularidad de tener un tragaluz abierto para iluminar con seguridad lo que fue vivienda. Según el libro «Hórreos y paneras del concejo de Gijón» de José Luis Pérez, publicado en 2022: «Bajo abierto. Ocho pegollos de piedra sobre pilpayos, con las muelas del mismo material. Colondra con corredor en los cuatro lados, los cuatro con baranda con rejas de madera torneadas. Cubierta de teja. En el frente de la colondra vemos una especie de antojana, en la que hay tres puertas, una a cada lado y otra en el centro, sobre esta antojana hay un tejadillo con una ventana acristalada. Según me cuentan, la puerta central era la que daba acceso al cuarto del criado de la casería». Necesita mantenimiento y la balaustrada del corredor está bastante deteriorada
H18. Hórreo en el Camín de la Baliciega, 71, en el barrio de El Recuestu. Tiene corredor y presenta un estado excelente.
H19. Panera en el Camín de Cachai, 105, en el barrio de La Perdiz. Tiene diez pegollos y unos elementos añadidos (balaustrada, escalera, muretes…), no especialmente «correctos».
H20. Panera en el Camín de Alfredón, 176, finca de El Tupial. Estado aceptable, aunque necesitada de mantenimiento en canalones y tejado.
H21. Hórreo en el Camín de la Reina, 6. Sin corredor y con un mantenimiento exquisito, sin «modernismo» alguno..
H22. Hórreo ubicado en el Camín de la Braña a la Carretera del Obispo, 309. Tiene corredor y presenta un estado lamentable.
H22. Hórreo ubicado en el Camín de la Braña a la Carretera del Obispo, 309. Tiene corredor y presenta un estado lamentable.
H23. Panera situada en el Camín de La Marruca a La Perdiz, 55. Edificio totalmente desvirtuado al haber sido convertida en vivienda la parte inferior. Buen estado.
H24. Hórreo en la Carretera del Obispo, 1817, en el barrio de La Nozaleda. Buen estado. Con corredor. Las paredes han sido lucidas y pintadas.
H25. Hórreo en la Carretera del Obispo, 1441, entre las empresas Fruasa y Flor de Lis. Hórreo sin corredor. Estado aceptable.
H26. Panera situada en el Camín de Trabanco, 35, en el límite suroriental de la parroquia. Elemento totalmente desvirtuado debido a su acondicionamiento como vivienda.
H27. Hórreo situado en el Camín del Caleyón, 291. Tiene corredor y está cerrado en su parte inferior.
H28. Hórreo situado en el Camín de la Carbayera de Leorio, 221. Carece de corredor y está cerrado en su parte inferior.
R1. Ruinas de la antigua escuela de niñas. Ubicadas en el Camín de La Braña, 19.
- Mascarón de proa del navío Santa Ana. Situado en la Avenida de Oviedo, 344. La vivienda en la que está situado pertenecía a Raúl Acebal, gijonés emigrado a Cuba y fundador a su vuelta de la Agencia Álvarez.
El diario ABC publicó (24 octubre de 1944) un artículo titulado «El mascarón de proa del navío Santa Ana». En él asegura que dicha figura perteneció a ese barco de guerra que con tres puentes y 112 cañones participó en la batalla de Trafalgar. Fue construido en 1784 en El Ferrol y tras la contienda regresó a Cádiz desarbolado y se hundió, años más tarde, en La Habana. Puede que algún emigrante gijonés recuperase esa cabeza de león.
Según el diario: «…Hace muchísimos años que el mascarón de proa se halla en una casa de labranza de Pumarín, cuyos moradores no saben cuándo pudo llegar allí, ni quién lo transportó…Como han de existir medios suficientes para comprobar la autenticidad del mascarón, convendría establecer esta concretamente y rescatar ese trofeo histórico de la antojana de una casa de labranza para restituirlo al Museo Naval, o recogerlo por el Ayuntamiento…Lo que no debe hacerse es dejar abandonado ese histórico mascarón de proa, en el que palpita el recuerdo de una epopeya y está lleno de espíritu de nuestra raza y de nuestro honor marinero. Ni un momento más debe continuar en esa honrada casa de labranza, donde algún día pueda ocurrir que el mascarón sea hecho astillas, a golpe de hacha, pare encender el fogón o ahumar morcillas…»
No tenía el diario ABC en alta estima a los del lugar, pues desde 1944 hasta hoy se habrán ahumado unas cuantas ristras de morcillas y ahí sigue el mascarón, todavía en buen estado. Disculpad, pero no puedo dejar de transcribir las palabras con las que termina el artículo: «…No pudiera tener más bajo menester ese trozo de un navío español, que supo honrar el pabellón de la Patria en una batalla que se hizo trozo palpitante de la historia de España. Todavía el mascarón de proa del Santa Ana puede conservar olor a pólvora para su más fácil y concreta identificación». En fin, era 1944…
Tres edificios de la antigua explotación de carbón San Carlos que funcionó entre 1949 y 1952, y cerrada tras varios accidentes mortales. Ubicada en el barrio de la Perdiz, Camín de la Carbayera a La Perdiz, 363.
Con fecha 20 de marzo de 1988, el diario El Comercio publicó el capítulo X de los llamados «Ronda por las pedanías gijonesas» a la parroquia de Roces. De dicha monografía destacamos la información relativa esta explotación:
«En 1949 se abrió, en la zona de La Perdiz —dice el alcalde pedáneo, Constantino López García—, el pozo San Carlos, propiedad de Industrial Minera, que era una filial de Moreda. Era un pozo de reconocimiento para conocer las posibilidades de vetas de carbón que había en aquella zona. Su vida fue bastante corta, ya que se cerró de forma definitiva en 1952, pero tras de sí dejo seis trabajadores muertos en tres accidentes laborales. El primero en morir fue Andrés «el de Monja», un minero de Grado, que cayó al pozo desde su parte superior, cuando este tenía unos 50 metros de profundidad. Luego hubo dos explosiones de grisú, muriendo en una tres y en otra, dos mineros. En 1952 se cerró y se tapó el pozo, pero en el subsuelo quedan galerías que tuvieron una importante producción de carbón y que llegaron a tener doscientos metros de largas. De aquella mina, situada justamente encima de la perrera de la Sociedad Protectora de Animales, solo quedan actualmente tres edificios, donde antaño estaban las duchas y el compresor de la explotación minera».
Villa Rolindes, en la Carretera del Obispo, 665.
PC. Mansión situada en la Carretera del Obispo, 1737. En el muro de cierre todavía se puede leer el nombre de la finca, «PARQUE CELESTE», propiedad que, en sus orígenes, contaba con elementos decorativos y arquitectónicos muy destacables: pequeña gruta, estanque… Según Pedro Hurlé, fue propiedad de Matías Álvarez Tejera. El nombre de Parque Celeste se explica porque su primera propietaria se llamaba Celestina.
En el cuaderno Los barrios del Sur, Luis Miguel Piñera nos narra el paseo de Pedro Hurlé Manso, junto con su hijo José Ignacio y su amigo Luis Merediz.
«Hurlé y sus acompañantes —a mediados de la década de 1940— comienzan su caminata por Roces y Contrueces en el lugar donde estaba la fábrica de Orueta, donde hoy comienzan las carreteras Carbonera y del Obispo, y siguiendo esta última llegan al santuario y al antiguo palacio de los Obispos de Oviedo y a la casa señorial de San Andrés de Cornellana. Luego van caminando desde Contrueces a Roces hasta la torre de los Menéndez Valdés, situada en un alto que mira a porceyo, y que aún se ve allí. Después los excursionistas regresan a la carretera Carbonera pasando a la vera de los muros de la finca Parque Celeste, propiedad no hace muchos años —según dice Hurlé— de Matías Álvarez Tejera, y contemplan en su fachada unos escudos procedentes de las capillas de La Barquera y del Carmen, propiedades ambas de los Álvarez Tejera y derribadas un poco antes de finalizar el siglo XIX. Aunque los Álvarez Tejera sostenían esa procedencia de los escudos, Hurlé muestra sus dudas al respecto. Parque Celeste aún existe, el nombre de la finca se distingue grabado en un muro, aunque los escudos citados ya desaparecieron».
CAL. Calero en Villa Araceli. Camino del Horno, 12.
Espectacular calero en el barrio de Los Caleros. Pocas construcciones destinadas a la obtención de la cal en Asturias tienen el tamaño de este. El Ayuntamiento debería de catalogar y proteger esta construcción, así como poner un panel informativo del proceso de esta actividad tan extendida en nuestra Comunidad. No muy lejos de este funcionaba el calero de Moro, en el barrio de La Nozaleda. Ubicación:
«La roca caliza se transformaba en cal en los hornos denominados caleros, de forma que con el calor generado al quemar leña u otro material combustible durante 3 o 4 días sin interrupción, se convertía en gas carbónico por un lado y cal viva por otro. Al apagarse el calero y sacar las piedras ya calcinadas, éstas se desmoronaban fácilmente en forma de cal viva. El proceso químico que lleva a la obtención de cal viva a partir de roca caliza es el siguiente: CaCO3 + calor = CO2 + CaO. Donde CaCO3 es carbonato de calcio (el constituyente principal de la caliza), CO2 es gas carbónico y CaO es óxido de calcio o cal viva.
Tipos de hornos de cal
»Lo más común es que el calero se construya en un desnivel corto y pronunciado del terreno; de esta forma se le da más estabilidad, se conserva mejor el calor y es menor la obra de fábrica. Pero las posiciónes de los hornos de cal pueden ser otras: a) el calero está hundido en el terreno, y en este caso se excava una zanja hasta la boca de descarga; b) el calero está completamente exento, y en este caso se construye una rampa o una escollera hasta el tragante; c) el calero está hundido en un terreno en declive, por lo que se excava una zanja horizontal hasta la boca de descarga; y d) el calero se construye exento en una pendiente, por lo que no se construyen zanjas hasta la boca de descarga ni rampas hasta el tragante».
(Del libro La cal en Asturias, de José Luis García López del Vallado. Muséu del Pueblu d´Asturies. 2009.
Con fecha 20 de marzo de 1988, el diario El Comercio publicó el capítulo X de los llamados «Ronda por las pedanías gijonesas» a la parroquia de Roces. De dicha monografía destacamos la información relativa a la explotación y conversión de la roca caliza:
«En aquellos años anteriores a la guerra civil —dice el alcalde pedáneo, Constantino López García— había en Roces una importante actividad de canteras de caliza. La última que cerró creo que fue la de Maximino García Cachero en 1927. Luego, la piedra era transportada en carros de bueyes de auténticos profesionales de esta actividad, como eran Ceferino, José Valdés «de casa Mateo», Lolo Claudio y su hijo, Raúl o Manolo «el chicu Muñiz». Con estas piedras se hicieron muchas casas de Gijón y además se utilizaron para construir el Muro de San Lorenzo y para rellenar el Parque de Isabel la Católica. Hasta no hace mucho tiempo, un vecino de Roces, José Casilda conservó, casi románticamente, una pareja de bueyes similares a los que en aquellos tiempos se utilizaban en las carretas».
Del libro «No hace tanto», incluimos un fragmento del capítulo “La cal”
Cuando en 1989 se dispusieron a levantar el centro comercial Costa Verde, en lo que hoy se conoce como Roces-Montevil, no sé si sabrían que toda la zona es una inmensa losa de piedra caliza, en la que para construir apenas hay que profundizar para plantar los cimientos. Lo supiesen o no, el diseño del edificio incluía tres plantas por debajo del nivel de la calle, plantas que había que excavar en la piedra blanca de la zona. Durante interminables meses los picos de las excavadoras y la dinamita atronaron al tranquilo vecindario de Roces, que no se explicaba aún qué pretendían construir o enterrar en los prados donde la fuente de Cantarines, ya por poco tiempo, manaba sus aguas ―ricas en calcio claramente.
Inmerso en aquel océano de piedra, es normal que en Roces abundasen las canteras y algún calero para transformar, con el calor de esos hornos, en cal todo aquel carbonato cálcico.
Una línea divide claramente a Asturias, atendiendo al tipo de suelo. Una frontera que va desde la desembocadura del río Nalón en San Esteban de Pravia, pasa por Tineo y continúa hasta la provincia de León. Al occidente suelos silíceos y en el centro y oriente los calizos. Durante siglos la parte occidental se vio necesitada de la cal del resto de la región. Producto necesario para cambiar las propiedades de los campos de cultivo, disminuyendo el exceso de acidez de las tierras, aportando calcio y mejorando la estructura de los suelos.
El otro uso, más conocido de la cal, es como material de construcción, empleado durante milenios hasta la aparición en 1905 de los cementos portland, en que junto a los cementos tipo Zumaya fueron, de forma imparable, robando presencia en las obras a la cal. Quizás pasará al olvido la expresión «cerrado a cal y canto» para referirse a un espacio clausurado de forma segura. O añadir a una situación «una de cal y otra de arena».
Antes de la aparición de los nuevos morteros y otros compuestos químicos para el tratamiento de las tierras, es lógico que por toda la geografía centro-oriental de Asturias, la densidad de las canteras y caleros fuese altísima. Es destacable la indicación de una ordenanza de 1799 para el concejo de Grado, que señalaba la conveniencia de que hubiese en los sitios adecuados un calero por cada veinte habitantes.
En Roces, sin ir más lejos, recuerdo tres cortes o farallones en el suelo para extraer la piedra. Una cantera se ubicaba en lo que hoy es la pista polideportiva cubierta del Colegio Alfonso Camín, parte de la cual ya fue rellenada para construir el comedor y las aulas de pre-escolar del mismo centro educativo. Ésta quizás era la mayor de todas y la llamábamos la cantera de Moro, un señor muy serio que con un camión Ebro y con la ayuda de su empleado Tito cargaba la caja y trasladaba la piedra a algún calero de la zona.
Tito era un hombre moreno y de edad indefinida, con su inseparable Celtas colgando del labio. Cuando el camioncito abandonaba la explotación con Moro al volante, veíamos a Tito de pie sobre el estribo de la cabina, cogido con las manos al espejo, camino de los hornos.
Camín viene en nuestro auxilio y nos comenta el trabajo en los hornos: Las primeras semanas, como aún no se había marchado el invierno, me eran los días llevaderos, no obstante que no hacía más que cargar, casi sin respiración, cestos de piedra, subirlos y echarlos en la boca del horno, que humeaba como un infierno cociendo la piedra, mientras que Alejandrín, en el fondo, iba sacando hacia afuera la cal. El horno tenía la forma de una pirámide invertida o de una herrada boca abajo… (Capítulo XI de Entre Manzanos)
Donde actualmente se levanta la residencia geriátrica Montevil, edificio que fue anteriormente la guardería infantil Coral, en la incorporación de la antigua Carretera Carbonera a Gijón, había otra cantera, a los pies del barrio que se denomina «Los Caleros» y que incluye un camino de acceso denominado «Camín del Horno». El enclave, en concreto, se llama Ería del Valles. El libro de Alfonso Camín, «Entre manzanos», recrea en algunos de sus capítulos todo ese entorno de la explotación calcárea, en la que trabajaron el poeta y su padre; como el párrafo que sigue. «…Así cantaban las barrenas en las canteras de Roces y de Contrueces, oyéndose los golpes a una distancia de cerca de dos kilómetros. ¡Tin, tan! ¡Tin tan! ¡Tin, tan! Con mi padre trabajaban otros del mismo oficio. Uno de ellos, que creo que se llamaba Antón, hombre ya entrecano y de buen carácter, era casi tan buen barrenista como mi padre. Hablaban entre sí del oficio, de la “técnica” de los barrenos, del modo de sacar la piedra por “hojas”, de cómo se trazaban los sillares,…»
La ubicación de la tercera cantera resulta más complicada, debido al cambio operado en ese lugar con las obras de la Ronda Sur y sus infinitas salidas e incorporaciones. Lo intentaré. Si continuamos la Carretera del Obispo desde Contrueces, cruzamos la Carretera Carbonera(AS-246) y seguimos de frente, dejando a la derecha el parque de la Nozaleda, bajaríamos ―hoy imposible― hasta encontrarnos con la antigua carretera de Oviedo(AS-II). Un poco antes de ese entronque, a la derecha, estaba la cantera.
Ya os digo, al menos tres, pero para nosotros, los chicos de los años sesenta, la cantera con mayúsculas era la anexa al colegio, en aquellos años llamado Nuestra Señora de Covadonga (hoy Alfonso Camín). Edificio que tenía, y tiene hoy en día, cubierta su fachada hasta media altura ―como no podía ser de otra manera― de losas de piedra caliza.
Uno de los primeros recuerdos de mi infancia es la imagen que veía desde lo alto del borde de La Cantera: un cercado de tablas, adosado a la pared rocosa. En ese cierre, la familia Baizán, de la calle de Los Fontaneros, cazadora donde las hubiese, tenía allí guardados sus perros, en espera de la próxima montería.
Topónimos de Roces que hacen referencia a su relación con el tratamiento de la roca caliza.
Entre el barrio de Los Caleros y Montevil existía una cantera de piedra caliza que surtía los hornos cercanos. A pesar de ser rellenada, aún se distingue (en la zona de los guardarraíles) la parte alta de dicha cantera. Se trata de la explotación que describe Alfonso Camín, en su «Entre manzanos», la llamada por él cantera de Contrueces.
Ubicación de la cantera de Contrueces